Capítulo 129. Marianne
La noche había caído pesada sobre el castillo, y la luna colgaba alta, bañando la habitación con un brillo plateado. Alina y Devon dormían juntos, abrazados, aunque ella se movía inquieta bajo el calor de la piel de él, sus manos aferradas a las sábanas como si algo invisible la jalara hacia otra parte.
De repente, se encontró de pie en medio de un bosque oscuro. La niebla cubría todo a su alrededor y los árboles se retorcían como dedos, formando sombras que parecían observarla. Sus pulmones se llenaban de un aire frío que quemaba al inhalar, y un susurro lejano la llamó por su nombre. Era una voz familiar, tenue y etérea: Marianne.
—¡Marianne! —gritó Alina, y su voz se perdió entre los árboles—. ¡Muéstrate!
No hubo respuesta, solo el eco de su propio grito y el crujido de las ramas bajo sus pies. Con cada paso, sentía que el suelo se movía, como si la tierra misma estuviera viva, guiándola hacia un lugar desconocido. Ante ella apareció un laberinto de paredes oscuras y altas, hechas