Alina se despertó con un sobresalto. Se había tirado a descansar solo un par de minutos pero había dormido profundamente.
La respiración aún irregular, el cuerpo tembloroso. Se incorporó lentamente y caminó hacia el lavabo para refrescarse el rostro. El agua estaba helada, pero le vino bien. Cerró los ojos por un instante. La imagen regresó con fuerza: el lago, sus gritos, el agua tragándola… y Devon, irrumpiendo como una tormenta, lanzándose al agua sin dudar. Aquel hombre —frío, lejano, casi cruel— la había salvado. Con sus brazos fuertes la sostuvo hasta la orilla, murmurándole que ya estaba a salvo.
Un escalofrío recorrió su espalda. Era como si hubiera visto por un segundo al verdadero Devon… antes de que volviera a ocultarse tras esa coraza impenetrable.
Se quedó junto a la ventana. Desde allí se divisaban los límites del jardín, la espesura más allá, y un pequeño ciervo que correteaba entre los árboles. Se sintió un poco como él: un ser frágil atrapado en territorio hostil.
En la otra punta del terreno, Devon caminaba con paso decidido.
La carta ardía en su puño. Las palabras aún le vibraban en la sien: “Hemos encontrado la manera de conquistar Blacknight. Por favor, espera noticias.”
Con cada paso, su sangre se encendía más.
—¿Dónde está ella? —gruñó al guardia que temblaba frente a él. Haciendo guardia en la entrada de la estancia de ella.
—Em... Dentro su alteza.
—¿Y quién es el que está a cargo de vigilar a la princesa Alina?
El guardia bajó la mirada. No llegó a responder. Devon lo hirió sin previo aviso: un zarpazo limpio al brazo, suficiente para derribarlo sin matarlo.
No dijo más. Salió disparado hacia la residencia.
Alina no tuvo tiempo de reaccionar.
La puerta fue abierta de una patada, y Devon irrumpió como una bestia desatada. Era una sombra oscura, un lobo con el alma rota, y esa no era la misma persona que la había rescatado del agua. Sus ojos ya no eran los del héroe. Eran los de un enemigo.
—¿¡Qué es esto!? —rugió, arrojándole un sobre que le golpeó el pecho antes de caer al suelo— ¿Me estás traicionando? —la acusó con un tono sobrenatural.
Ella apenas tuvo tiempo de procesarlo. En un instante, sus manos estaban atrapadas por la fuerza de él, y Devon la empujó contra la pared, asfixiándola con una sola mano.
—¡Respóndeme! ¿¡Qué carajos es esto!?
Alina intentó hablar, pero no podía. La presión en su garganta era tan intensa que sus piernas flaquearon. Sus ojos se llenaron de lágrimas y su rostro enrojeció. Buscó la carta con la mirada desesperada, intentó señalarla, hacerle entender, pero no llegaban las palabras.
Con lo poco que le quedaba de fuerza, le pisó el empeine con fuerza, clavando el talón. Devon gruñó y aflojó la presión.
Alina cayó de rodillas al suelo y jadeó, respirando con desesperación. Tomó la carta del suelo, sus dedos temblaban y la leyó. Luego alzó la mirada, con la garganta aún ardiendo, y escupió:
—¿Tú... tú crees que yo hice esto?
Devon la miró con odio.
—La encontraron en manos de una sirvienta que salió de tu sector. ¿Qué debo pensar?
—Eres el Alfa. El Rey de Blacknight —dijo ella con voz rota pero firme—. ¿De verdad crees que sería tan estúpida como para enviar una carta así desde tu propio territorio, con tu propio membrete?
Él apretó los labios.
—¿Cómo puedo saber que no la escribiste tú?
—En primer lugar —dijo, alzando el papel frente a él—, esta letra no es mía. Puedes comprobarlo.
—La letra se puede falsificar.
—¿Y el membrete oficial de Blacknight? ¿También lo fabriqué en mi habitación destartalada?
—Se consigue.
—Entonces mira esto. —Se puso de pie con dificultad—. Arriesgué mi vida viniendo aquí, sin protección, cumpliendo un contrato matrimonial que no firmé yo, solo para proteger a mi familia y a mi manada de ti. ¿Crees que arriesgaría todo eso para escribir esta basura?
Devon respiró hondo. Las palabras de ella eran lógicas. Demasiado lógicas. Y eso lo hacía rabiar aún más. No quería que tuviera razón.
Pero algo en su interior se quebraba.
La miró. Su cuello aún tenía la marca roja de sus dedos. Las muñecas lastimadas por cómo la había sujetado. Los ojos fijos, desafiantes, aunque brillantes por las lágrimas.
Y la duda entró. Como un aguijón. Como un veneno.
Se dio la vuelta. Cerró los ojos por un instante. Y luego, sin girarse, dijo:
—No quiero volver a verte intentando obtener información, ni enviando nada fuera de estas tierras. No quiero tus trucos, ni tu belleza.
Alina lo miró sin pestañear.
—No pienses —agregó él, con un tono helado— que me casaré contigo así como si nada.
Y con eso, se fue, cerrando la puerta de un portazo que hizo temblar las paredes. Minutos después, una sirvienta entró corriendo.
—¡Princesa! —exclamó al verla en el suelo, aún temblando—. ¿Está herida? ¡Oh, dioses!
Con rapidez, le aplicó una pomada en el cuello, y luego en las muñecas enrojecidas. —¿Qué hacemos ahora, princesa? —susurró—. ¿Volvemos?
Alina no respondió de inmediato. Se puso de pie, tambaleándose, y caminó hasta el espejo del fondo. Se observó. Despeinada, con el rostro aún rojo, los ojos vidriosos. Pero viva.
Y firme.
—No —dijo en voz baja, pero determinada—. No podemos volver. No aún. La sirvienta la miró con preocupación.
Alina levantó el mentón.
—Por el bien de nuestro Alfa. Por nuestra gente. Por la paz… y por la justicia. La muchacha no dijo nada. Solo asintió en silencio.
Alina tomó aire, se arregló el cabello, y murmuró con voz cortante:
—Haré que Devon venga a rogarme que me case con él.
Y esta vez, no era una promesa. Era una sentencia.