Capítulo 14. Cicatrices y confesiones
El vapor flotaba en el ambiente, envolviendo todo en una bruma espesa y silenciosa. Alina se quedó quieta, sin saber si debía hablar o simplemente desaparecer. Devon la miraba, sus músculos tensos, la toalla aún en su mano, la expresión entre perpleja y contenida. Ambos parecían atrapados en un momento que ninguno esperaba.
Por un instante eterno, no se movieron. Solo se escuchaba el suave burbujeo del agua en la bañera, y la respiración de ambos, densa, cargada.
Finalmente, Devon se ató la toalla que había envuelto alrededor de la cintura, con movimientos lentos y controlados, como si intentara dominar una emoción que amenazaba con desbordarse. Luego, la miró con frialdad.
—¿Qué haces aquí?
Alina parpadeó, sorprendida por el tono.
—Esto… esto es lo que una esposa debe hacer —respondió, con voz serena—. Servir a su esposo.
Devon desvió la mirada, apretando la mandíbula. No esperaba esa respuesta.
Ella bajó la vista, pero antes de girarse hacia la puerta, su mirada se detuvo un segundo