El Caribe era un sueño que muchas veces tuve, pintado en mil tonos de azul, blanco y dorado. Me sentía en el cielo de la relajación y la paz absoluta, ahogándome en todas las bellezas que observaba. Sin embargo, lo que de verdad me tenía flotando no era la arena blanca ni el agua cristalina, tampoco los paisajes… era Donovan.
Él me llevaba de la mano como si no existiera nada más en el mundo, disfrutando de mi compañía y los alrededores.
Todo era perfecto.
—¿Lista para desaparecer del estrés del mundo actual, al menos por unos días, señora Gavrilov? —me preguntó con esa sonrisa coqueta y arrogante que siempre me desarmaba.
La odiaba tanto como la amaba.
—Días no, semanas —le corregí riendo—. No pienso dejarte que me quites ni un solo día de mi luna de miel. No vas a poder escapar de mí.
Él arqueó una ceja, divertido.
Había logrado que el obsesivo, odioso y calculador CEO Gavrilov se desconectara del trabajo durante las semanas que estaríamos de luna de miel. Sin trabajo, sin reuniones