—Los dejaré solos.
En cuanto Leila, con esa sonrisa falsa que parecía tallada en veneno barato, soltó esas palabras, todo rastro de color desapareció de mi piel.
No, por favor.
Por primera vez, quédate conmigo.
Se giró sobre sus tacones, balanceando las caderas como si creyera que la situación estaba a su favor, ahora que sabía que yo estaba casada.
Probablemente ya sabía quién era Adrik y, al saberse libre de competencia, me lanzó una mirada de superioridad que me revolvió el estómago. Adrik le agradeció con amabilidad, incluso le regaló una sonrisa cordial. Como si fuera el tipo de hombre que compra flores a su esposa los domingos.
¡Puaj!
Todo era una farsa.
Los pocos empleados que aún quedaban en el piso comenzaron a despedirse, dejando sus escritorios como nuevos, listos para comenzar una nueva jornada mañana. Ninguno siquiera sospechaba que me estaban dejando a solas con un completo monstruo.
Entonces el silencio se instaló.
Y todo cambió en cuestión de segundos. Pude sentirlo.