—¡Donovan, espera! —Sin preocuparme siquiera por recoger mi camisa del suelo, me apresuré a detener al castaño antes de que pudiera abrir la puerta.
No podía dejar que se fuera. Si lo hacía, todo sería peor.
Pude notar cómo el alto sostuvo mi mirada por un breve segundo, pero luego sus ojos se desviaron a mi pecho y, una vez más, se nublaron por la rabia. Levantó una mano, como si quisiera tocarme, pero a medio camino la bajó poco a poco hasta alejarla por completo.
Te comprendo, Donovan. Yo tampoco soy capaz de mirarme demasiado tiempo al espejo.
—Hazte a un lado, Cassia —ordenó, su voz tan filosa como un haz.
—No puedes irte —susurré, sintiendo el temblor en mi propia voz.
Todo esto se estaba saliendo de control. Me preocupaba que los empleados de Donovan nos escucharan o que alguien intentara entrar. Aún seguía medio desnuda.
Él soltó una risa sarcástica, una carcajada vacía, antes de alzar la mirada hacia mí. Sus ojos verdes ardían, consumidos por una furia que jamás había visto e