LEONARDO
Gema duerme profundamente, acurrucada entre las sábanas, respirando con un ritmo tranquilo. Y como no se despierta, me quedo quieto y la observo.
Su pelo está revuelto sobre la almohada, unas hebras le rozan la mejilla. Podría apartarlas, pero sé que si las toco… no voy a querer irme y debo hacerlo, no quiero que nos descubran.
Me quedo allí un minuto. Dos. Quizá más, observándola en secreto.
No debería mirarla así. Pero solo cuando estoy con ella puedo bajarme la máscara y respirar...
'Debo irme', me digo a mí mismo.
Busco un papel en su escritorio, arranco una pequeña hoja y escribo una nota rápida. La dejo en su escritorio, procurando no hacer ruido. Me obligo —casi con violencia— a apartar la mirada de ella, y salgo de la habitación
El pasillo está frío. El contraste me golpea y, por un segundo, siento que la calma de la habitación se queda atrás con la puerta cerrada.
Camino hacia mi despacho cuando escucho pasos apresurados de alguien que se scercs a mí por detrás.
—Señ