GemaHuyo a toda velocidad, aunque la droga me entorpece. Apenas llego a una callejón sin salida cuando me alcanzan, y sin otra opción, arremeto contra el hombre de la daga con todo lo que tengo.Mi puño va directo a su mandíbula, pero lo detiene a mitad de camino, atrapando mi mano con firmeza. En el instante en que nuestras pieles se tocan, una extraña sensación me recorre, y por la expresión de sorpresa en sus ojos, sé que él también la siente.'¿Qué ha sido eso?'Con un simple movimiento me lanza a un lado con facilidad, pero vuelvo a intentarlo. Ahora con las garras extendidas. El hombre de la daga retrocede unos pasos y, con un simple gesto de la mano, ordena a su compañero que se encargue de mí.Arqueo una ceja mientras observo como se aleja.—¿Qué ocurre, brillitos? ¿No crees que yo merezca tu esfuerzo y por eso llamas a tu compañero?Si pudiera cambiar de forma, los perdería de vista… pero la droga ralentiza mi transformación, y en la ciudad, transformarse puede ser ilegal s
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