Gema
Mi vista se vuelve borrosa en los bordes y, cada paso se siente pesado, como si caminara entre agua espesa. El mundo gira a mi alrededor y los sonidos se mezclan en un zumbido constante. Detrás de mí, una voz rompe el silencio —¿Creías que te iba a dejar ir tan fácil? —dice Virlen a mi espalda. Mi corazón se dispara. Sin más dilación, giro sobre mis talones y corro en dirección contraria, buscando cualquier callejón donde pueda perderlo de vista, pero mis piernas no responden con la rapidez que deberían por el efecto de la droga y el vampiro me alcanza en unas cuantas zancadas. Agarra mi brazo con fuerza y me lanza con una fuerza brutal hacia unos trastos apilados contra la pared. Un gemido de dolor se escapa de mis labios, intenso y desgarrador. Me he clavado algo, j*der. El dolor me arranca del sopor de la droga, apenas lo suficiente para mantenerme en pie. Solo necesito resistir un poco más… y entonces podré enfrentarme a él. Mi cuerpo ya conoce este tipo de drogas. Cornelio solía obligarme a ingerir en dosis pequeñas ciertas drogas o venenos exclusivos para cambiaformas, y gracias a eso mi resistencia es mayor que la del resto. La mano del vampiro se cierra en mi pelo y tira de él hacia atrás, obligándome a mirarlo directamente. Ahora sus ojos son completamente oscuros, no hay iris, solo pupilas negras que parecen absorber la poca luz que queda. Su sonrisa se abre con lentitud, y la punta de su lengua recorre sus colmillos afilados, como si saboreara el miedo que emana de mí. —No puedes ir por ahí con esa marca y pretender que los vampiros de esta ciudad te dejen en paz, lobita. Lobita... ¿Soy estúpida o qué? —Ay, joder…—su exitación apesta—, que bien nos lo vamos a pasar —dice, y gira la cabeza para mirar a sus compinches, compartiendo su diversión con ellos. M****a… aunque me recupere del efecto de la droga, no voy a poder con tres vampiros a la vez. Virlen me arrastra hacia sus secuaces. Instintivamente saco las garras e intento clavárselas en el brazo que me agarra pero las esquiva con facilidad y me lanza una patada directa a la cara. Un reguero de sangre sale por la nariz.El sudor perla mi piel mientras mi cuerpo lucha por expulsar la droga. Estoy débil, pero me incorporo al instante y lanzo una patada hacia él con toda la fuerza que dispongo. Ese forcejero me libera de su agarre pero Virlen atrapa la patada y, de inmediato, me golpea con la rodilla en el estómago. El dolor me atraviesa como fuego, pero no me rindo; me inclino hacia adelante, y él aprovecha para agarrarme del pelo de nuevo.
Aun así, lanzo el zarpazo y logro clavarle las garras en el estómago por un instante. Pero apenas se inmuta; me atrapa la muñeca y arranca mis garras de su carne como si nada. —Es dura... la puta. Tengo que admitir que cada vez me gusta más—dice de manera lasciva. Observo con impotencia que la herida que le acabo de hacer ya empieza a cerrarse ante mis ojos. ¿Tan rápido se recupera? El no es un vampiro antiguo, no huele como ellos. Los dos secuaces se colocan detrás de mí, y cada uno me agarra un brazo, tirando de ellos hacia atrás con fuerza. Estoy atrapada. Si no hago algo, me van a violar, desgarrar a mordiscos hasta dejarme con más agujeros que una red de pescador… y después, cuando ya no quede nada de mí, me matarán. Intento zafarse de su agarre, pero es inutil. Son tres. —Agarrarla bien—dice Virle intentando bajarme el pantalón vaquero—quiero ser yo el primero que la muerda y quiero hacerlo con mi polla dentro de ella… Intento morderlo, aunque apenas alcanzo su brazo.Se ríe y, con sus ojos fijos en los mios me dedica una mueca de lo más desagradable.
—Si sigues resistiéndote así… No voy a durar ni un minuto sin correrme dentro de tí…—se frota la entrepierna por encima del pantalón—Me gustan peleonas. Los secuaces ríen ante su amenaza, y un escalofrío recorre mi columna vertebral.El miedo me golpea, pero me niego a rendirme.
En ese momento, los ojos de Virlen se abren de par en par, y por un instante, percibo terror en su mirada. Y después huelo el miedo que visceral que le golpea.Y de algo estoy segura, no se lo estoy provocando yo.
Un golpe seco resuena a mi alrededor; un segundo después, noto que uno de mis brazos se ha liberado. Uno de los secuaces de Virlen cae al suelo, inmóvil. Giro la cabeza y entonces lo veo: frente a mí hay un hombre enorme, hombros anchos, vestido de negro completamente. La penumbra oculta la mayor parte de su rostro, pero unas marcas plateadas con reflejos azules recorren su cuello, brillando en la oscuridad. El otro secuaz de Virlen intenta golpearlo por la espalda, pero el hombre lo esquiva con rapidez y, sin detenerse, se lanza directo contra Virlen, que ya se preparaba para recibirlo. —Tú...—murmura Virlen. Parece que este hombre es importante. Intento captar su aroma, pero no reconozco su olor: no es un cambiaformas, y mucho menos un vampiro. ¿Un mago, tal vez? Cuando me da la espalda, interponiendose entre Virlen y yo, distingo una rosa bordada con hilo plateado en su trench largo negro.Este hombre es…¿Amigo o enemigo?
Ante la duda, lo mejor es desaparecer entre bambalinas.El secuaz de Virlen intenta golpearme, pero lo esquivo y le clavo una de mis garras en el muslo para que me deje escapar. Su alarido me da el instante que necesito para salir corriendo. De la nada, aparece en mi campo de visión el acompañante del hombre de la rosa y lo derriba de un golpe.
Echo a correr, pero antes de perderme en la esquina, me detengo un instante, observando al hombre de la rosa. Intercambia varios golpes con Virlen, moviéndose con una rapidez y precisión que parecen imposibles. En un parpadeo, desenfunda una daga plateada—jamás había visto una igual— y se la clava en el cuello al vampiro. Virlen jadea de dolor mientras unas marcas brillantes emergen de la hoja, recorriendo su cuerpo como fuego líquido.Sus ojos se vuelven completamente blancos. Ante esa visión, me quedo paralizada: lo ha matado sin cortarle la cabeza ni arrancarle el corazón.
Una voz resuena en mi mente: “¡Huye!”