Gema
Huyo a toda velocidad, aunque la droga me entorpece. Apenas llego a una callejón sin salida cuando me alcanzan, y sin otra opción, arremeto contra el hombre de la daga con todo lo que tengo. Mi puño va directo a su mandíbula, pero lo detiene a mitad de camino, atrapando mi mano con firmeza. En el instante en que nuestras pieles se tocan, una extraña sensación me recorre, y por la expresión de sorpresa en sus ojos, sé que él también la siente. '¿Qué ha sido eso?' Con un simple movimiento me lanza a un lado con facilidad, pero vuelvo a intentarlo. Ahora con las garras extendidas. El hombre de la daga retrocede unos pasos y, con un simple gesto de la mano, ordena a su compañero que se encargue de mí. Arqueo una ceja mientras observo como se aleja. —¿Qué ocurre, brillitos? ¿No crees que yo merezca tu esfuerzo y por eso llamas a tu compañero? Si pudiera cambiar de forma, los perdería de vista… pero la droga ralentiza mi transformación, y en la ciudad, transformarse puede ser ilegal según la zona. El hombre de la daga permanece impasible mientras su compañero se lanza sobre mí. Esquivo un golpe certero a las costillas y devuelvo el ataque con rapidez, empujándolo hacia atrás. Choca contra un coche viejo y el impacto lo hace tambalearse. Giro mi cuerpo para escapar de nuevo pero una voz grave me detiene: —Acompáñanos. No opongas resistencia o será peor —dice el hombre de la rosa. —Ni de coña, he visto como has matado a ese imbécil… —Vendras por las buenas o por las malas. Tú decides. Se aproxima con pasos medidos; al quedar frente a mí, echa hacia atrás la capucha y deja su rostro al descubierto. Debo admitir que ese hombre es extraordinariamente atractivo: su cabello plateado, con un corte moderno, brilla bajo la luz de la luna; sus ojos son de un azul oscuro como el océano, y su piel es pálida, casi como porcelana fina. Su físiso acapara tanto mi atención que mi loba se remueve en mi interior. Si lo sigo, seguramente me van a encerrar o algo así. —¿Quiénes sois vosotros? —intento ganar tiempo mientras mis ojos recorren la zona en busca de una vía de escape rápida. Él ladea la cabeza, sin responder directamente, evaluándome como si fuera un peligro a controlar. —Así que eres una solitaria… M****a, acabo de cavar mi propia tumba. —No podéis obligarme a seguir vuestras normas. No he hecho nada malo. —Oh, claro que podemos—dice muy seguro de sí mismo. ¿Son cómo la policía humana? —¿De qué se me acusa…?—digo poniendo los ojos en blanco. No responde. Solo lanza una mirada a su compañero a mi espalda y ordena: —Déjala inconsciente, Ralik. Evalúo mis opciones en un suspiro. J*der. No pienso pasarme el resto de mis días en una celda… o peor, acabar muerta por una sentencia absurda, sin siquiera saber de qué se me acusa. Nadie va a creerme. Nadie va a mover un dedo por mí. Entonces, como un destello, un recuerdo atraviesa mi mente. Y antes de que el tal Ralik descargue sobre mí el golpe final, grito con todas mis fuerzas: —¡Apelo a la Lex Lupina! Con suerte, eso me llevará ante el Alfa… es lo último que pienso antes de que la oscuridad me engulla. *** Parpadeo varias veces, intentando aclarar la visión borrosa tras mi siesta obligada. Algo aprieta mis muñecas. ¿Unas esposas? pero…son diferentes. Estoy en el suelo, y a mi lado, de pie, el hombre de la rosa ni siquiera se digna a mirarme. Su compañero me observa con una mezcla de calma y compasión. Es un hombre joven con una larga cabellera castaña con algunas trenzas. ¿De dónde han sacado estos bellezones? Cuando finalmente me pongo de pie, examino mi entorno. Parece que estamos en una especie de sala de espera. —Por fin te despiertas. Prepárate, vamos a ver al Alfa de esta ciudad. Al entrar en lo que parece una gran sala, mis pasos retumban en el suelo. Delante de nosotros, tres pares de ojos nos escrutan, siguiendo cada uno de nuestros movimientos. A los lados, otros hombres lobo permanecen en silencio, formando un pasillo silencioso que aumenta la tensión en el ambiente. Esto pinta mal. —Uy, pero mira a quién tenemos aquí…—dice Kevin, con una sonrisa burlona. Aprieto los labios para no contestarle nada irónico o sarcástico. Esta ciudad es territorio de la manada Sangre Carmesí. El se da cuenta y se ríe. A un lado del imponente Alfa, veo a Elisabeth, visiblemente embarazada, y a su Beta Kain. Ambos me lanzan miradas duras, frías, que contrastan con la calma imponente del Alfa. Sé, sin lugar a dudas, que no les caigo bien. Las miradas que me echan los de mi alrededor no son mejores, la verdad. —¿La conoces, Kevin? —Hola a tí también Leonardo. Que gusto verte de nuevo. —No tengo tiempo para tus bromas, Kevin. Vamos al grano. Si le habla así al Alfa, este tipo es importante. Leonardo fija sus ojos en los mios y luego deja que su vista descienda hacia la marca del vampiro en mi cuello. Sus labios se curvan ligeramente en una mueca contenida de desagrado. —Nos consta que esta mujer loba conocía a un grupo de vampiros altamente peligroso, buscado por la orden por sus negocios turbios entre otras cosas. Cuando los sorprendimos, los vampiros y ella parecían estar en una situación íntima, y daba la impresión de que iban a alimentarse de ella, en una zona concurrida por humanos. —¡Eso no es cierto! —grito, con la voz temblando de rabia—. No he tenido ningún tipo de relación con esos imbéciles… ¡Ni siquiera los conocía! Ese cabrón me drogó y quería violarme… El hombre de la rosa suaviza su expresión dura y me observa con una mirada que no sé interpretar. Creo que está evaluando si creerme o no. Se escuchan murmullos tensos en la sala. —No me extraña —resopla un anciano decrépito, escupiendo al suelo—. A esta putita le gusta mucho codearse con vampiros. La rabia hierve dentro de mí, amenazando con explotar. —Cuando cotejamos sus datos—continua el hombre de la rosa—descubrimos que fue expulsada por la manada Sombra Nocturna y que, desde entonces no pertenece a ninguna otra…Supongo que eso lo sabías… Supongo que no saben todos los detalles... —Sí, conozco a esta mujer loba. —En circunstancias normales, sería interrogada y ajusticiada por la orden de cazadores, pero esta mujer loba…—dice señalandome de arriba a abajo—se ha acogido a la ley de los cambiaformas lobo; no podemos hacer nada. Resoplo porque me da la sensación de que me he librado de morir en la horca o algo así. —Ahora me marcho. —¿Tan pronto? Yo creía que ibas a quedarte a cenar con nosotros…¡Vaya amigo!—dice Kevin alargando la última palabra con fingido dramatismo. Leonardo le lanza a Kevin una mirada afilada. —De los dos, eres el único que piensa que somos amigos. Kevin le responde con una sonrisa burlona. —Me partes el corazón… Cuando mis captores se marchan, los murmullos entre los cambiaformas se intensifican. Algunos me lanzan insultos sin disimulo, mientras que otros muestran los dientes con hostilidad, como si esperaran el momento adecuado para atacarme. Siento cómo mi cuerpo se tensa, como si cada fibra de mi ser percibiera la desaprobación y el juicio que emana de ellos. Una sensación helada me recorre la espalda: lo peor aún está por llegar.