Flávia Narrando
La 16.ª Comisaría de Midtown Manhattan parecía tragarse la luz de la mañana. Cristales ahumados, placas de acero mate y un escudo de la policía de NY que brillaba de forma casi irónica sobre la entrada. Apoyé los dedos en la puerta giratoria, sintiendo el peso de la mirada de Rafael en mi espalda.
—¿Lista? —susurró, los ojos dorados recorriéndome el rostro, mientras ajustaba el blazer de seda negra que hacía a los policías de la entrada parecer aprendices.
Respiré hondo. “No. Nunca lo estaré”, pensé, pero asentí que sí. Rafael me convenció de hacer aquello y ahora que estaba allí no iba a rendirme por cobardía, aunque confieso que solo pude moverme cuando sentí a Rafael a mi lado, sus manos firmes en mi cintura, como un recordatorio silencioso que decía: “Estoy aquí”.
Mientras caminaba a su lado recordé a mis padres; no sabían que estábamos allí. Tampoco sabían que Deividson me había encontrado. Durante todas esas videollamadas felices al Arizona… había mantenido mis m