Rafael Narrando
Dos días. Cuarenta y ocho horas desde que Flávia firmara los papeles de la denuncia contra Deividson en la 16ª Comisaría. La mansión respiraba un alivio tenso, como si todos –hasta las paredes de mármol– contuvieran la respiración a la espera de la próxima ráfaga.
James y Jonny habían salido temprano, escoltados por dos de mis hombres, para buscar un apartamento digno para el hermano de ella. Solange, esa amiga parlanchina de Flávia, insistió en acompañarlos —“Si es para estar cerca del campus, yo conozco los mejores edificios”. La dejé ir.
Mientras tanto, necesitaba mantener a Hawthorne Enterprises funcionando, pero ahora tenía muchos más motivos para permanecer en casa, y eso era lo que estaba haciendo.
—El prototipo del nuevo sistema de criptografía debe estar listo para el jueves —dije al CEO de la filial asiática por la pantalla del ordenador, observando a través del vidrio polarizado del despacho a Flávia dibujando en el jardín con Mel.
—Pero señor Hawthorne