Flávia narrando
El sol de la mañana siguiente trajo un falso aire de normalidad. Mientras ayudaba a Mel y Bia a preparar las mochilas para la escuela, el sonido del teléfono estalló como un disparo. Rafael atendió con la frialdad de quien ya espera lo peor, pero sus dedos palidecieron al sostener el aparato.
—¿Encontró algo? —preguntó, los ojos fijos en mí mientras yo intentaba disimular el temblor de mis manos arrugando el uniforme de las niñas.
La voz del detective Collins al otro lado sonó baja, pero lo suficiente para que yo captara: skinheads… bar en la zona este… Rafael no pestañeó.
—Tráigalo para mí, y lógico: vivo —ordenó, cortando la llamada como quien corta una cuerda a punto de ahorcar a alguien.
Las niñas reían en el pasillo, discutiendo qué merienda llevar, ajenas al hielo que se instalaba en la sala. Me apoyé contra la pared, el anillo en mi dedo quemando como un carbón encendido. “Vivo”. La palabra retumbó en mi mente como una advertencia. Rafael se volvió, y nuest