Flavia narrando
Otra semana pasó sin que Deividson enviara mensajes ni me amenazara de ninguna otra forma, pero Rafael no dio tregua. Heitor y Lucas seguían siendo mi sombra hasta en la fila del café de la facultad, y los cuatro nuevos guardaespaldas parecían replicantes de traje negro: siempre parados en el estacionamiento, como si yo fuese a explotar en cualquier segundo. Hasta las niñas, Mel y Bia, ganaron escolta para ir al parque. “¡Es como ser princesa, Tía Flavia!”, dijo Bia abrazando a Heitor, que quedó más rígido que una estatua.
Adoraba la inocencia infantil de ella. En cuanto a Solange, que de inocente no tenía nada, casi se le cuelga encima:
—Heitor, ¿eres el bodyguard o el juguete nuevo de las niñas?
Heitor, esta vez, no respondió nada. Ella, furiosa, soltó:
—¡Maldita esfinge! Espero que ya tengas tu traje a prueba de corazones rotos, porque ya rompiste el mío.
Imposible no reírse de esa loca.
Pero nada me preparó para la fiesta.
Rafael decidió, sin consultarme, q