Flavia narrando
Después de calmarme en los brazos de Rafael, confirmé lo que ya sabía: Rafael no discute. Él decide.
Tras lo del supermercado, intentó llevarme de vuelta a la mansión con un tono que no admitía negativas —esa voz grave que hacía temblar hasta los muebles. Me sostuve en mis pocos centímetros de altura como si fueran un escudo y lo encaré, acostumbrada ya al fuego que ardía en sus ojos ámbar.
— No voy a vivir encerrada, Rafael. Necesito respirar —argumenté, con los dedos aún temblando ligeramente por el susto.
Él inclinó el rostro, el mentón tenso. La luz del estacionamiento del edificio recortaba su perfil como una cuchilla, revelando la expresión de alguien que ya calculaba mil escenarios de peligro.
— Respiras donde yo garantice que el aire no está envenenado —respondió, cerrando suavemente su mano alrededor de mi muñeca. No era una prisión, pero sí un ancla—. Y solo vuelves a este apartamento si tu amiga Solange ya está allí. Si no…
— ¿Si no, qué? —desafié, alzando e