Afuera del hospital, el auto azul brillante esperaba estacionado.
  Axel le indicó con una discreta mirada a Ariana que se sentara de copiloto.
  Ella negó con la cabeza. Lo correcto era ir junto a su hermanita.
 Los ojos de los transeúntes y empleados estaban fijos en el costoso vehículo, sorprendidos de que un modelo así estuviera a la vista.
 Alana se encontraba en el asiento trasero, bien asegurada, cómoda y lista. El viaje a casa sería largo. Su enferma iba a su lado, pendiente de cada detalle.
 Axel sujetó con suavidad la muñeca de Ariana.
  —Súbete —le pidió en un susurro, con la paciencia al límite.
 Ariana volvió a negar con la cabeza.
  —Tengo que ir con mi hermana.
 —Ella tiene una enfermera. Súbete o nos quedaremos aquí toda la tarde. —Recuperó la serenidad en sus palabras y suspiró al ver que Ariana al fin cedía.
 —¿Estás bien, Alana? —quiso saber al subir al auto, con las manos en el cinturón de seguridad, a punto de abrochárselo.
 La niña, absorta en la película proyecta