El dulce aroma de los waffles belgas flotaba en el aire del comedor.
Alana renegaba al tener que desayunar avena con plátano y almendras.
—Deja de llorar —dijo Axel, con una expresión seria pero serena en el centro de la mesa. No daba tregua a que los berrinches de la niña siguieran.
Alana apretó los labios, y se le formó un puchero. Miró a su hermana frente a ella.
—Sí —dijo la pequeña finalmente.
Ariana exhaló con pesadez. Al lado de su hermanita, la enfermera le ayudaba a comer su desayuno.
Se ladeó la cara y se encontró con los ojos verdes, profundos y analíticos de Axel.
—Delicioso —dijo, y luego se llevó un segundo pedazo de waffle a la boca.
Ariana contuvo el aliento, sin apartar la vista ni un segundo. Hambrienta, pero no precisamente de comida. Babeó al verlo relamerse los labios.
—¡Por eso quería pastelito y no avena! —se quejó Alana entre lágrimas.
Ariana se aclaró la garganta. Axel soltó un bufido.
—Tienes que entender que ahora no puedes comer esto —