Axel, inmerso en un caos emocional, no toleraba la jaqueca. Ese dolor lo envolvía, lo asfixiaba, sin embargo, su mente iba y venía entre la realidad y la ficción.
Repetía una y otra vez fragmentos de ese fatídico día.
Imágenes distorsionadas ante sus ojos, y entre ellas, Elisa. La veía llena de sangre, su cuerpo casi inerte, y él, incapaz de hacer nada por salvarla. Lo peor de todo no era la visión de su muerte, sino el peso de la culpa que lo aplastaba.
«Por mi culpa», pensaba, «por mi culpa...».
En un chasquido, la imagen del fantasma de Elisa se le apareció, con la piel pálida, casi verdosa, y un hedor que llenaba todo. Con una claridad espeluznante, escuchó sus palabras.
—Fue por ti, por lo que hiciste... Nosotros morimos por tu culpa...
Axel trató de apartar esa imagen de su mente, pero era inútil. Su cabeza se inundó de gritos, de llanto, de dolor, de recriminación.
Todo se puso negro. La niebla envolvió su mente, y en ese instante, el recuerdo del accidente lo azotó. El coche,