Todo se desvaneció, y la imagen de Alana se desdibujó, tan semejante a las sombras que desaparecen ante la luz.
Ariana despertó con las mejillas mojadas por sus lágrimas y el corazón roto.
Se quedó un largo rato en la cama, con el cuerpo agotado, con la mente aún atrapada en ese sueño. En su pecho, el vacío se hacía cada vez más grande.
Su cabeza pensaba y pensaba en alguna solución. Algo que pudiera hacer con tal de que su hermana regresara a su lado.
...
Frida Falkenberg se encontraba en la oficina de un lujoso hospital privado, un espacio alejado del ambiente clínico de los pasillos.
Allí, el aire no olía a desinfectante ni se escuchaba el constante pitido de los aparatos médicos.
Su piel de porcelana brillaba bajo la luz suave, y su semblante era estoico, casi aburrido. Fría, calculadora y absolutamente decidida a cumplir con su cometido.
—La orden del señor Bianchi fue otra… —dijo el encargado de supervisar el hospital, vacilante, bajo la mirada penetrante de la mujer.
Falkenberg