Narrado por Isabela
Marina de Casa de Campo, La Romana — 04:32 p.m., fin del pasadía en la playa
El sol del Caribe empezaba a bajar, tiñendo el mar de un naranja ardiente que se reflejaba en las olas como fuego líquido, mientras las palmeras de la playa privada susurraban con la brisa salina. Habíamos pasado el día en paraíso puro: arena blanca quemando pies descalzos, agua turquesa lamiendo cuerpos en bikinis y trunks, risas salpicadas en voleibol improvisado con una pelota de playa raída, y almuerzos eternos en la cabaña VIP —ceviche de atún rojo fresco con limón agrio y cilantro picante, tostones crujientes empapados en mojo isleño de ajo y aceite de oliva, y ron colas heladas en vasos altos con rodajas de limón y menta machacada. Máximo había ganado el juego de dominó en la sombra de una palapa, gritando "¡Juega!" cada vez que Cataleya intentaba colar una ficha trampa, y Adrián me había besado el cuello con sal en los labios mientras flotábamos en inflables, susurrando "Eres m