Hacienda La Aurora, Sendero a la Cascada — 09:17 a.m., al día siguiente
El sol ya calentaba fuerte cuando ensillamos los caballos en el corral —yo en 'Tormenta', el semental negro relinchando impaciente; Isa en 'Luna', la yegua blanca suave como seda; Máximo en 'Rayo', un alazán fuerte con manchas blancas; y Cataleya en 'Estrella', una yegua parda juguetona. Josefina nos había preparado mochilas de picnic: empanadas de catibía rellenas de yuca y queso local, sándwiches de jamón ahumado con aguacate del huerto, frutas cortadas —piña jugosa, mangos maduros, guanábana cremosa—, botellas de agua de coco fresca y un termo de ron Brugal con hielo para los valientes. "¡Cuidado con la cascada, no se resbalen en las piedras!", gritó desde la terraza mientras partíamos.
El sendero era un sueño: tierra roja compacta bajo cascos, flanqueado por palmeras reales altas que filtraban el sol en rayas doradas, cafetales verdes ondulando brisa, aves cantando —cotorras verdes chillando, tucanes con