Aeropuerto Charles de Gaulle — 14:42 p.m., tres días después
El jet privado descendió suave sobre la pista, el sol de otoño parisino bañando la cabina en oro líquido. Isabela miró por la ventanilla, aún incrédula. Adrián, a su lado, hombro vendado bajo camisa italiana, tomó su mano. "Sorpresa cumplida. París nos espera. Sin rusos, sin diamantes, solo nosotros".
Ella sonrió por primera vez en semanas, genuina. "Pensé que era broma cuando Máximo dijo 'viaje de reconciliación'". El beso que le dio fue breve, pero cargado: perdón sellado en Balboa, ahora floreciendo.
En el Rolls-Royce Phantom que los recogió, París desplegó su magia: Champs-Élysées dorados, Torre Eiffel asomando lejana. Adrián había reservado el Ritz, suite imperial con vista al Jardín de las Tullerías. "Nada menos para mi reina", murmuró mientras subían en ascensor privado.
La suite era un sueño: techos altos, molduras doradas, cama king con sábanas de seda egipcia, balcón privado. Rosas rojas cubrían cada superficie –ci