Justo cuando Giovanni iba a subir al carro, Araceli agarró la puerta para que no la cerrara:
—Oye, ¿quién es tu novia?
La mano de Giovanni, blanca y bien cuidada, se apoyó en el marco de la puerta. Araceli no podía evitar mirarla: todo en él parecía perfecto. Esa mano, delgada, pero fuerte, se veía elegante, como de alguien importante.
Araceli siguió mirando hacia arriba, por su brazo, pero se detuvo de golpe.
Giovanni la veía con una expresión dura, como si no le importara nada de lo que ella hiciera. Ni siquiera parecía notar que estaba ahí.
Esa mirada hizo que Araceli sintiera un escalofrío. Sin darse cuenta, soltó la puerta.
Giovanni ni siquiera habló. Entró al carro y cerró de un golpe.
Los vidrios oscuros casi no dejaban ver su figura desde afuera.
Araceli apretó los dientes y corrió hacia el otro lado del carro, abrió la puerta y se subió.
Giovanni la miró serio. Su boca, ya de por sí firme, se cerró más. Se le notaba la mandíbula tensa.
La observó un par de segundos y, con voz