Vincenzo abrió la puerta del carro. Giulia dio unos pasos atrás, incómoda.
Pero él no se acercó. Se quedó donde estaba, y habló con una voz afilada:
—¿Con qué cara me hablas?
—¿Vienes como la amante de Luca o como la diseñadora sin valores del Grupo Ferrucho?
—Cualquiera que sea, no me importa. ¿Con qué derecho te paras frente a mí a reclamarme algo?
Una amante que debería esconderse de la vergüenza, y aún así anda dándose a notar como si nada. Eso no se defiende ni con orgullo.
Y si vienes como empleada de Ferrucho, menos derecho tienes de cuestionar al presidente de tu propia empresa.
Giulia, con los ojos llenos de rabia, se rio:
—¿Y tú qué? ¿Te crees mejor que yo? Te dicen presidente, pero todos saben que ese puesto es prestado. El papá de Luca te lo dio, y tarde o temprano vas a tener que devolverlo. ¿Acaso tú sí eres más digno?
—No ando robando ni vendiendo diseños, así que sí, al menos soy más honesto que tú —respondió Vincenzo, remarcando cada palabra.
¿Meterse con un hombre cas