Clarissa acercó su cara a Giovanni, y sus labios tocaron los de él, fríos como el hielo, pero ese suave beso pareció quitarle lo que le quedaba de malestar en su pecho.
—Señor Santoro, claro que eres un hombre muy capaz. El problema es que no le conté a mi mamá, no quiero que te haga daño. — Nunca había hecho algo tan directo, y mucho menos besado a alguien así.
Sentía como temblaban sus manos, pero aún así, sostuvo su cara con cuidado.
Sus miradas se cruzaron, y ella pudo ver en los ojos de Giovanni un destello algo incómodo, que lo hacía parecer avergonzado.
—Señor Santoro, ¿puede pararse un momento a pensar en cómo me siento?
Cuando terminó de hablar, notó que se estaba poniendo roja de la pena. Cerró los ojos un momento, pero todavía podía sentir la calidez de sus manos.
Ella lo estaba consintiendo.
Este pensamiento apagó completamente el frío que sentía en su corazón.
Giovanni tomó su mano, su respiración cálida pasó cerca de su cara. Clarissa sintió cómo su cara enrojecida ardía