Giovanni asintió y empezó a tomar la sopa con calma.
Después de varios sorbos, se detuvo, levantó la vista y sonrió. Esa sonrisa llevaba algo de burla:
—¿Sabes que cuando viniste a buscarme me sentí como ese tipo de esposo al que la esposa tiene controlado?
Clarissa se puso roja de inmediato, bajó la mirada y murmuró:
—Eso no era lo que quería dar a entender.
—Y si sí lo era, no pasa nada — dijo Giovanni, ya con el tazón vacío, pero con una mirada dulce y una sonrisa tranquila.
—En realidad, yo debería ser tu esposo, al que lo tienen dominado.
Clarissa escuchó eso y sintió que su corazón se le apaciguaba. Cuando levantó la mirada para verlo, encontró ese brillo cálido en sus ojos.
Durante los tres años que estuvo con Luca, más de una vez le había escuchado decir:
—Clarissa, te casaste conmigo, así que haz lo que yo diga.
Hasta Caterina le repetía que ahora que era parte de la familia Ferrucho, tenía que seguir todas sus reglas.
Pero Giovanni era distinto.
Él decía que era ella quien de