Vincenzo seguía tranquilo mientras uno de los guardaespaldas de Luca sacaba las llaves del carro y lo metía a la fuerza en su propio asiento, antes de agarrar el volante y salir disparado.
Cuando vio el carro alejarse, Vincenzo sacó un pañuelo y se limpió las manos que Luca había tocado, sin mostrar ni un mínimo de reacción, y luego lo tiró directo a la basura.
De regreso a la mesa, Enrico solo preguntó:
—¿Dónde está Luca? ¿Se fue a seguir con su vida de vago inmaduro?
Vincenzo no respondió, y Enrico asumió que Luca había salido a manejar o a perderse por ahí, como siempre, y decidió no meterse.
—Vincenzo, por favor, quédate más pendiente de la empresa. Lo del terreno en San León ya se lo encargué a Luca, tú no te metas en eso— informó Enrico.
Hasta ese momento, Enrico no había perdido del todo la esperanza en Luca.
Vincenzo bajó un poco la mirada y contestó:
—Como tú digas, tío.
Cuando salió de la casa, le entró una llamada. Era uno de los guardaespaldas. El carro ya había llegado has