Hasta que un día, Nicolás vio con sus propios ojos las marcas de agujas en el cuerpo de Giovanni y entendió que su esposa era tan cruel como él.
Finalmente, centró su atención en ese niño.
Era realmente simpático. Sus rasgos eran delicados, su piel, blanca y suave. Si crecía bien, sería un galán.
Pero, esos ojos… siempre estaban vacíos, sin vida, como si estuvieran muertos.
Parecía un espectro, como si estuviera atrapado en el mundo por accidente.
Nicolás, de repente, se sintió intrigado. Incluso pensó que ese hijo suyo era mucho más interesante que su esposa. Estaba harto de la codicia incontrolable de Paula, harto de cómo maltrataba al niño que él tanto apreciaba, solo por estar embarazada de otro.
Esa noche oscura, empujó a Paula al laboratorio subterráneo y, con sus propias manos, hizo que perdiera al bebé.
No importaron los gritos ni las súplicas de Paula, él permaneció indiferente.
Solo cuando extrajo ese amasijo ensangrentado, esbozó una sonrisa, una sonrisa que parecía la de un