MELISA
El grito me desgarra la garganta. El dolor me atraviesa el tobillo como una puñalada caliente, y caigo al suelo. Grito de nuevo, mis manos se cierran sobre la tierra, y me revuelvo en el dolor. Las lágrimas brotan de mis ojos, no solo por el dolor físico, sino por la brutal ironía del momento. Acabo de decidir escapar, y la primera cosa que me pasa es que me rindo a la debilidad de mi propio cuerpo.
En cuestión de segundos, Luis y Marco están a mi lado. Sus rostros, que hasta ahora eran una máscara de calma, se llenan de preocupación.
—Señora, ¿qué pasó? —me pregunta Luis, su voz es suave.
—Mi tobillo —gimo, el dolor es insoportable. —Me lo rompí.
Marco se arrodilla a mi lado, y examina mi tobillo. Lo hace con una mano tan suave que me sorprendo. Sus dedos son firmes y rápidos.
—No se lo rompió, señora, pero está muy hinchado. Tenemos que volver a la mansión.
Trato de levantarme, pero el dolor me lo impide. Las lágrimas ruedan por mis mejillas, y la frustración me consume. No p