MELISA
Necesito un momento lejos de esta mesa, lejos de la tensión y de las palabras cargadas de muerte.
—Con permiso —digo, interrumpiendo el tenso silencio—. Voy al baño.
Los ojos de ambos hombres se dirigen a mí inmediatamente. La mirada de Kostas es un fuego protector que me evalúa; la de Herodes es curiosa. Ambos me ven como una pertenencia, una pieza valiosa que debe ser vigilada.
Me levanto. Detrás de mí, siento el movimiento silencioso. Luis y Marcos, mis dos escoltas, se levantan para seguirme. Es la norma, el precio de estar aquí.
Entro al baño y dejo que la puerta se cierre. No hay lujos, solo el frío mármol. Me acerco al lavabo y abro el grifo. Me mojo el rostro con agua helada.
Sinceramente, esos temas no son muy de mi agrado. La logística de la traición, el lenguaje codificado sobre cargamentos y el destino de un hombre. Necesito refrescarme, limpiar la sensación de cinismo que se me pega a la piel. El contraste con la noche anterior es abrumador: pasión absoluta seguida