KOSTAS
La bofetada ha sido fuerte, pero el impacto emocional es lo que me detiene. Retrocedo un paso, impactado, sí, pero algo aún más peligroso me recorre. Una leve sonrisa se curva en mis labios. Nadie hace esto. Nadie se atreve. Esta mujer me sorprende y me desafía como ninguna otra.
—¿A qué se debe este golpe, Melisa? —le pregunto, mi voz sorprendentemente tranquila, casi divertida, mientras toco mi mejilla ardiente.
Ella no responde con palabras. En cambio, su otra mano se alza con la misma velocidad y la misma fuerza despiadada. ¡Pah! El golpe en la mejilla izquierda es un eco del primero, tan fuerte que me hace parpadear.
Ella baja la mano, su respiración es pesada, y me mira con fuego antes de darse la vuelta. Se va, como si nada. Como si abofetearme fuera un acto de rebeldía cotidiana.
—No —gruño, la palabra es un rugido en el silencio de la cocina—. Esto no se va a quedar así.
La rabia, contenida por el whisky y los problemas de mierda que vengo sosteniendo, explota. Dejo el