KOSTAS
Me aparto de ella, mi cuerpo está tenso, rígido. Me siento contrariado, dividido por esa imagen de Melisa que no me suelta. Paloma me mira extraño, con esa confusión de quien no entiende por qué el placer se interrumpió.
—¿Cómo que no puedes hacer eso? —me pregunta, mientras trata de tocarme el brazo.
—Lo que escuchaste —le corto—. Toma tus cosas y lárgate de aquí.
Ella parpadea, la orden es clara y mi tono no admite réplica. Se baja del escritorio, los planos que movió quedan hechos un desastre. Con movimientos lentos, se abrocha la falda y se organiza la lencería que intenté bajar. Me mira de nuevo, su voz es baja y su confusión es genuina.
—No te entiendo, Kostas. Si antes nunca me rechazabas...
Me acerco a mi escritorio, ignorando el desorden y el calor residual. Me apoyo en él, mirándola con una frialdad que la debería congelar.
—¿Cómo te parece? —respondo, con una sonrisa que no llega a mis ojos, una mueca—. Que siempre hay una primera vez para todo, y a ti te llegó hoy.