KOSTAS.
El ascensor se detiene y la puerta se desliza. Entramos a mi apartamento. Lo uso exclusivamente para meditar, por lo que las luces se encienden solas al sentirnos. Melisa repara todo el ambiente con una mirada ansiosa.
Voy hacia el panel de la pared y gradúo la intensidad de la luz. Quiero un aire más íntimo. Dejo el control y me dirijo a la licorera personal. Sirvo dos tragos de whisky. El tintineo del hielo es el único sonido que rompe el silencio.
Tomo un vaso en cada mano. Respiro hondo antes de ir con ella.
Me acerco, ofreciéndole uno de los vasos. Ella lo toma sin mirarme.
—Ese es el apartamento donde traes a todas tus conquistas, ¿no? —dice, con una acidez que no me molesta.
—No. Este es el lugar que uso para pensar —respondo, dando un sorbo a mi trago—. El mundo de la mafia me consume demasiado. Mi mente se vuelve un caos, un ruido constante.
Me muevo hacia la ventana, sintiendo la altura bajo mis pies.
—Este apartamento es el lugar perfecto para eso, para descansar y