MELISA

La cena es extraña. La tensión de nuestra llegada se ha disipado, pero la atmósfera sigue siendo densa. Herodes ha dejado de mirarme. Ahora, es tranquilo, incluso divertido. Me pregunta cosas, me hace preguntas personales, como si no fuera un jefe de la mafia, sino un amigo de mi abuela.

—¿Por qué quiso ser doctora, Melissa? —me pregunta, su voz es suave.

—Siempre quise ayudar a la gente —le respondo, mi voz es una sombra de la que tengo normalmente—Mi abuela... ella siempre estaba enferma. Siempre quise cuidarla, tratarla. Quería poder hacer algo por ella.

El silencio vuelve. La mirada de Herodes se posa en mí, y siento que él entiende.

—Es una profesión noble —dice, y una sonrisa triste asoma en sus labios—. En mi mundo, es raro encontrar a alguien que quiera ayudar a los demás.

—Y en el mío —le digo—es raro encontrar a alguien que no quiera hacer daño.

Él se ríe. Una risa corta, amarga.

—La gente siempre quiere algo, Melissa —dice—Pero no te preocupes, no todos somos malos.