MELISA.
—Ahora, a lo realmente importante, que es lo que nos ha traído hasta aquí —declara Kostas, sin dejar espacio a réplicas—. Los movimientos erráticos de los Mancini tienen un objetivo claro: desestabilizar el equilibrio de la organización para entregarnos a los buitres.
Giancarlo Ferrari, siempre el primero en la desconfianza, levanta una ceja.
—¿Buitres? Sé más específico, Kostas. Tu retórica es inútil sin hechos.
—Los hechos son estos: Los Mancini han estado negociando territorios italianos con organizaciones extranjeras —revela Kostas, su voz baja y firme, haciendo que la declaración suene aún más devastadora—. Concretamente, han estado hablando con la mafia albanesa, la mafia libanesa y, lo más grave de todo, con las Tríadas Chinas.
El impacto de las últimas palabras es físico. Los Ferrari se sobresaltan. Massimo se recuesta pesadamente en su silla, Valentina aprieta los labios, y el aire alrededor de Chiara parece vibrar con furia contenida.
—¡Las Tríadas Chinas! —exclama C