La fiesta de los Russo estaba en su apogeo. Las luces brillaban intensamente en el gran salón, reflejándose en las copas de cristal y en los lujosos vestidos de las damas, que parecían haber sido confeccionados con la misma riqueza que adornaba la mansión. Los hombres, impecables en trajes de esmoquin, conversaban en voz baja sobre negocios, mientras la música suave flotaba en el aire, mezclándose con el murmullo de las risas y pláticas de los invitados. Pero para Isabelle, ese lujo desbordante era una jaula dorada. Aunque sus labios curvaban una sonrisa educada, su mente estaba lejos de aquella lujosa y perfecta escena.
Su compromiso con Alexander Russo era un hecho, una decisión sellada sin su consentimiento. Lo había aceptado con la resignación de quien sabe que el destino no deja margen para el libre capricho de su padre.
Sin embargo, algo en su interior se rebelaba, un fuego pequeño pero persistente que se negaba a apagarse. Esa noche, la sensación de estar atrapada sería reemplazada por algo aún más inquietante.
El tintineo de una copa al caer rompió momentáneamente el murmullo de la fiesta. Isabelle giró la cabeza hacia el ruido, pero sus ojos se encontraron con algo mucho más perturbador: un hombre en el umbral en la mitad del salón. Alto, guapo, y con el porte de alguien que no necesita alzar la voz para ser escuchado, Lucas Romano era la antítesis de la calidez del evento.
—¿Qué hace Romano aquí...?
Esas fueron las primeras palabras que comenzaban a escucharse en medio del salón, los murmullos intrigados de todos los invitados mientras hablaban suavemente para no ser escuchados o al menos eso intentaban.
Su presencia era magnética, fría y peligrosa, llamaba la atención sin dudarlo era como un depredador que ha entrado en un nido para cazar a sus presas.
Por un instante, el salón pareció contener el aliento. Isabelle lo observó, incapaz de apartar su mirada. Había algo en él, en la profundidad de sus oscuros ojos, su mandíbula marcada, que la atrapaba. Sentía que lo conocía, aunque estaba segura de que nunca lo había visto antes. Su corazón se aceleraba rápidamente con solo verlo, y un leve temblor recorrió su espalda.
Lucas caminó con pasos seguros hacia ella, midiendo cada movimiento, hasta detenerse frente a Isabelle. Aunque el bullicio de la fiesta continuaba, ella lo percibía como un ruido lejano, insignificante. La sala entera se había desvanecido frente a ella junto a todos los invitados.
—Señorita Martínez —dijo Lucas con una voz baja, pero cargada de intención.
El sonido de su apellido, pronunciado con tal familiaridad, le produjo un escalofrío. Isabelle levantó el mentón, ocultando su desconcierto tras una máscara de cortesía.
—Señor Romano —respondió, eligiendo sus palabras con cuidado, mientras su mente trabajaba frenéticamente para comprender qué estaba pasando.
—No sabía que nos acompañaría en esta humilde velada—hablo con cortesía.
El solo la miro de arriba a abajo
Lucas extendió su mano hacia ella con suavidad, un gesto simple, pero cargado de poder. Isabelle dudó un instante antes de aceptarla. En ese toque, sintió algo como el llevaba su mano lentamente hacia sus labios, dándole un delicado beso mientras la miraba atentamente.
En ese simple gesto, sintió lo inexplicable, una energía que recorrió su cuerpo que parecía enlazarla a él de una manera que la asustaba y la fascinaba al mismo tiempo.
Solo habían pasado unos minutos o tal vez segundos mientras se miraban fijamente cuando...
El momento fue interrumpido abruptamente cuando un grupo de hombres vestidos de negro irrumpió en el salón. Su entrada fue rápida y precisa sin ninguna presentación, apartando a los invitados con rudeza. La música se detuvo, y el murmullo de la multitud se transformó en un caos de murmullos nerviosos.
—¿Qué diablos está pasando? —murmuró Isabelle, confundida, pero antes de que pudiera moverse, Lucas tomó su muñeca con firmeza.
—Ven conmigo —ordenó en voz baja, su tono autoritario pero sin levantar la voz.
A Isabelle ni siquiera le dió tiempo de responder cuando estaba siendo arrastrada por Lucas fuera del salón.
Llevaba unos minutos luchando contra el agarre de Lucas para que la soltará cuando Isabelle tropezó, un gemido de dolor escapó de sus labios. Antes de que pudiera recuperar el equilibrio, sintió como la levantaron en brazos con una facilidad desconcertante.
—¿Qué te pasa?—dijo, sorprendida.
—¡Puedo caminar! —exclamó ella, tratando de sonar firme, pero su voz delataba más nerviosismo que convicción.
—Te lastimaste el pie —respondió Lucas, sin mirarla.
—¿Y eso qué? ¿Ahora eres mi caballero andante? —replicó Isabelle, cambiando de táctica. Si no podía luchar físicamente, al menos podía usar su lengua para provocarlo.
Una fugaz sombra de algo parecido a irritación cruzó el rostro de Lucas, aunque rápidamente volvió a su expresión habitual. No respondió, pero la presión de sus brazos pareció volverse ligeramente más firme, como si quisiera recordarle que no tenía elección.
A medida que se acercaban al gran vestíbulo, Isabelle notó que su agarre era firme, pero a la vez delicado, suave y para nada era incómodo. Su cuerpo irradiaba un calor inesperado, y su perfume, una mezcla sutil de madera y especias, era desconcertantemente agradable. Trató de apartar esos pensamientos, enfocándose en el caos a su alrededor.
—Podrías haber pedido permiso para cargarme, ya sabes, habría sido más caballeroso.
—No hago esto por gustó tampoco, preciosa—respondió .
La respuesta de Lucas la desarmó momentáneamente, pero antes de que pudiera contestar, la brisa suave de la noche golpeó su rostro. Ya estaban fuera, y un elegante auto negro los esperaba al final de la escalera. Los hombres que los acompañaban los rodearon, formando una especie de barrera entre ellos y la mansión.
—Oh, esto no podría ser más romántico —susurró Isabelle, fingiendo un suspiro mientras jugaba con el cuello de su camisa.
El caos de la fiesta quedó atrás cuando Lucas la llevó hacia un auto negro que aguardaba frente a la mansión. Isabella, aún en sus brazos, miraba con incredulidad mientras los hombres que los escoltaban cerraban la puerta del vehículo tras ellos.
Antes de arrancar el coche vi a Romano bajar la ventanilla trasera del auto y comenzar a dar órdenes precisas a sus hombres.
—Cuando terminen todo este desastre y todo quedé arreglado, vuelvan a la mansión —hablo, firmemente.
Los hombres solo asintieron con firmeza para empezar a obedecer la orden rápidamente.
—Vamonos quiero llegar rápido a casa —ordeno al conductor.
Me quedé en silencio por varios minutos mientras el coche estaba en marcha, hasta que no pude aguantar más y pregunté.
—¿Adónde me lleva? —preguntó ella con la voz cargada de nerviosismo.
Lucas no contestó de inmediato. La depositó cuidadosamente en el asiento trasero del auto, inclinándose ligeramente para asegurarse de que no se golpeara la cabeza. En ese instante, sus ojos se encontraron nuevamente. Había algo en su mirada, una mezcla de determinación y algo más... Que no sabría describir.
—A un lugar seguro —respondió .
—Si de verdad debe ser un lugar seguro, después de secuestrarme... —dijo ella en su mente.
El trayecto fue tenso y algo incómodo. Isabelle intentó varias veces romper el silencio con preguntas, pero Lucas permaneció imperturbable, mirando al frente. La ciudad desapareció rápidamente de su vista, reemplazada por caminos oscuros y con muchas curvas. Cada minuto que pasaba la alejaba más de la cuidad.
Cuando finalmente llegaron a la mansión, Lucas bajó del auto primero. Abrió la puerta trasera y le ofreció una mano para ayudarla a salir. Isabelle lo miró con desafío y desconfianza, ignorando el gesto y saliendo por su cuenta, aunque antes de poder dar unos pasos el dolor en su tobillo la hizo tambalearse. Lucas suspiró, pasándose una mano por el cabello en un raro gesto de frustración.
—Bienvenida —dijo Lucas, cerrando la puerta del auto.
—¿Qué es esto? —preguntó, su voz entrecortada por la mezcla de miedo y rabia en su interior.
—Mi casa y por ahora, la tuya también temporalmente —respondió Lucas con calma, pero con una dureza en la mirada que no admitía discusiones.
La condujo al interior con pasos firmes. Los techos altos junto a la hermosa y lujosa decoración de la casa que a la vez se mezclaban con el aura fría de la mansión. Isabelle apenas tenía tiempo de asimilar lo que veía cuando Lucas la llevó por un pasillo hacia una habitación.
—Quédate aquí —ordenó, abriendo la puerta y haciendo un gesto para que entrara.
—¿Y si no quiero? —replicó Isabelle, alzando la barbilla en un gesto desafiante.
—Mmm...
—Entonces no vivirás para lamentarlo —respondió Lucas, su tono es bajo y cortante.
Isabelle lo miró fijamente, un fuego encendiéndose en sus ojos.
—Es acaso esto un reto, ¿verdad?
Lucas no respondió mientras la miraba fijamente. Solo se alejo lentamente y cerró la puerta detrás de ella, dejando a Isabelle sola en un silencio que parecía más pesado que las palabras.
—Maldito idiota... —susurro.
No había vuelta atrás. Isabelle había cruzado a la boca del lobo un mundo de sombras y secretos, un mundo que,aunque aterrador, despertaba algo en ella que nunca antes había sentido,tanto miedo y emoción al mismo tiempo.
Qué magnífica combinación...