El sonido de la lluvia persistía, como un eco distante que amenazaba con envolver todo a su paso. En el despacho de Don Carlos Martínez, las luces tenues apenas iluminaban los bordes de la mesa de roble, donde un sinfín de documentos y fotografías se amontonaban. Isabelle permanecía de pie frente a su padre, su espalda erguida, pero su mirada vacía. Ya no había sorpresas en sus palabras, ni en su presencia. Estaba acostumbrada a la fría indiferencia con la que su padre trataba todo, incluso a ella. La herencia que le había dejado no era amor, sino deber, obligación, Poder.
—Tu boda con Alexander Russo está más cerca de lo que piensas —dijo Carlos, su voz grave resonando en las paredes del despacho. No necesitaba mirar a su hija para saber que su mente ya había viajado lejos de allí.
Isabelle asintió sin decir palabra. Sabía que no había espacio para la rebelión, al menos no en su familia. La hija del jefe de la mafia no tenía el lujo de decidir sobre su destino. Los compromisos se sellaban con sangre, y la lealtad a la familia era un contrato irrompible.
—¿Y qué hay de la alianza con los Romanos? —preguntó, intentando desviar la conversación, aunque las palabras le supieron amargas al salir de sus labios.
Su padre levantó la mirada por primera vez desde que Isabelle había entrado en la habitación. Sus ojos grises se clavaron en los suyos con una intensidad que la hizo sentirse más pequeña de lo que ya se sentía.
—Los Romanos son nuestra mayor amenaza. Ya lo sabes, las alianzas están cambiando, y debemos prepararnos para cualquier cosa.
—Los Russo, los Romano… todos se están moviendo. Las familias que antes se mantenían alejadas ahora se acercan, y debemos estar listos para lo que venga.
Isabelle intentó no mostrar su incomodidad. Los rumores sobre los Romanos siempre habían sido oscuros y temibles. A pesar de todo, algo en su interior no podía evitar sentir curiosidad. Y, más que eso, miedo.
—¿Y Lucas Romano? —se atrevió a preguntar, sabiendo que estaba cruzando una línea peligrosa al mencionar al capo de la familia rival.
Su padre frunció el ceño, y por un momento, la habitación pareció volverse más fría. La figura de Lucas Romano era un nombre al que todos temían, incluso él. Un hombre tan astuto y calculador que parecía estar siempre dos pasos adelante. Sabía cómo manejar los hilos de la ciudad, cómo mover las piezas de un juego que solo él entendía. Un hombre que había logrado hacerse un nombre en el bajo mundo sin la necesidad de una familia poderosa que lo respaldara.
—Lucas Romano no es un hombre con quien juguemos, Isabelle. Ten cuidado con cómo te acercas a su nombre, el no tiene escrúpulos.
—¿Pero no sería mejor llevarnos bien con el padre? —pregunto.
La mirada que le dió su padre fue suficiente para que hiciera silencio.
La advertencia resonó en sus oídos, pero, por extraño que fuera, Isabelle sintió que algo dentro de ella comenzaba a cambiar. Por años, había sido la hija sumisa, la que obedecía sin cuestionar, la que aceptaba las decisiones de su padre sin opinar. Pero algo en las palabras de su padre, en la mención de Lucas Romano, en su presencia invisible, la hizo dudar de todo lo que había creído saber.
—Puedes retirarte —escucho a su padre decir.
Salió del despacho sin decir una palabra, con la mente envuelta en un mar de pensamientos contradictorios. Mientras su mente se llenaba de ideas sobre Lucas Romano.
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En una calle oscura, en algún rincón olvidado de la ciudad, Lucas Romano observaba el panorama desde su oficina privada. El ambiente estaba cargado de una tensión palpable, pero él no mostraba signos de incomodidad. Era un hombre que no temía a la oscuridad, sino que la abrazaba como suya. Mientras repasaba los informes de los movimientos de las familias rivales, su rostro permanecía impasible, pero sus pensamientos no se detenían.
Los Russo, los Martínez, y ahora, las alianzas que comenzaban a tejerse entre las sombras… Lucas había anticipado todo eso. Él siempre estaba un paso adelante.
Pero había algo diferente esta vez. Algo que no podía controlar.
Isabelle Martínez...
La hija de Don Carlos. Una mujer que no conocía, pero que ya había comenzado a llamar su atención .
Se sabía y había rumores de que la princesa de la familia Martínez hacía cualquier cosa siguiendo las ordenes de su padre sin cuestionar.
Era solo cuestión de tiempo antes de que los caminos de ambos se cruzaran. Y Lucas no estaba dispuesto a dejar pasar esa oportunidad.
[.....]
Isabelle regresó a su habitación, donde se dejó caer sobre la cama, mirando el techo con una expresión perdida. Los recuerdos de su infancia, las lecciones de su padre, la obligación de seguir el camino que había sido trazado para ella… todo eso se desvanecía lentamente. En su lugar, comenzaban a surgir preguntas que nunca antes se había atrevido a hacer.
¿Había una salida para ella? ¿Era posible escapar de esta vida que la había aprisionado desde su nacimiento?
Y en medio de esas dudas, un pensamiento apareció con fuerza, el rostro de Lucas Romano ¿Cómo sería?
Un hombre que ella nunca había visto, pero cuya sombra ya había comenzado a marcar su destino.
Isabelle sabía que las sombras, que siempre había temido, se acercaban cada vez más. Pero esta vez, algo dentro de ella le decía que esas sombras no solo estaban ahí para amenazarla, sino para transformarla. Y tal vez, solo tal vez, ella podría ser quien controlara el juego a su favor esta vez.
Las reglas estaban cambiando, y aunque aún no lo sabía, su vida ya no sería la misma.
Isabelle se levantó de la cama con un suspiro pesado. No podía dejar de pensar en Lucas Romano, en la fuerza con la que había llegado a su mente sin ser invitado. Había algo en él que la intrigaba, algo más allá de su temible reputación, o de su habilidad para manipular a todos a su alrededor.
La noche continuaba con su lluvia constante, pero dentro de la mansión Martínez, todo permanecía en silencio, como un mar de sombras esperando el momento de desbordarse. Isabelle cruzó la habitación y se acercó al ventanal, mirando las luces distantes de la ciudad. Esa ciudad que nunca dormía, siempre en movimiento, siempre cambiando, siempre atrapando a los ingenuos entre sus redes.
Pero, ¿podría ella escapar de eso? ¿Era posible liberarse de la vida que su padre le había diseñado?
Una parte de ella quería huir, dejar todo atrás, alejarse del peso del apellido Martínez y de la mirada fría de su padre. Pero había otra parte, que la hacía dudar, que le decía que no había salida. Que las sombras la habían marcado desde el día de su nacimiento.
La familia Martínez no se alejaba tan fácilmente de este destino; eran parte de ellas. Como si el propio destino de cada uno de los miembros estuviera predeterminado, envuelto en secretos que solo los más poderosos podían conocer.
De repente, un sonido quebró la quietud de la noche un toque suave, casi imperceptible, en la puerta de su habitación. Isabelle se giró rápidamente, su corazón acelerado. No esperaba a nadie, especialmente no en este momento. Pero cuando la puerta se abrió, vio a su madre Cristina, la figura etérea de una mujer que siempre parecía estar más distante que a la vista de las personas.
—¿Puedo entrar? —preguntó su madre con voz suave, pero cargada de preocupación que nunca podía ocultar.
Isabelle asintió, pero no dijo nada. Sabía que su madre, a pesar de todo lo que ella misma había vivido, siempre trataba de ofrecerle algo de consuelo, aunque fuera una falsa ilusión. Sabía que su madre estaba atrapada en la misma red de mentiras y poder que la había atrapado a ella.
—Te he visto distante en las últimas semanas —comentó su madre mientras se sentaba junto a ella, mirando por la ventana, igual que Isabelle. La lluvia golpeaba los cristales con fuerza, pero en el rostro de la mujer no había ninguna emoción visible. En su lugar, una calma inquietante.
Isabelle la miró por un momento, preguntándose si su madre sentía alguna vez el mismo nudo en el estómago que ella. Si alguna vez deseó la libertad.
—Papá está tomando decisiones importantes —dijo finalmente, sin apartar la mirada de la tormenta. Había una tensión en su voz que delataba lo que realmente sentía.
No era solo el compromiso con Alexander Russo lo que la perturbaba, sino el poder que su padre había comenzado a reunir con cada alianza, con cada movimiento, con cada sacrificio de su parte.
—Lo sé —respondió su madre, sus ojos vacíos de cualquier esperanza. Un eco de lo que Isabelle temía llegar a ser algún día. Su madre, atrapada en las sombras de su propio matrimonio, de su propio destino tal vez, tan impotente como ella misma se sentía en ese momento.
Hubo un largo silencio, roto solo por el sonido de la lluvia y los latidos del corazón de Isabelle, acelerados por la ansiedad que se había instalado en su pecho. ¿Por qué su madre nunca había luchado por ella? ¿Por qué se había dejado arrastrar por el torbellino de su vida sin un solo intento de escapar?
—Hay algo más —dijo su madre, finalmente, mirando a Isabella con una intensidad que nunca antes había mostrado.
—Tu padre... Aunque lo niegue está preocupado por los Romanos, en especial, por Lucas Romano.
Isabelle la miró, confundida. No era un secreto que los Romanos eran una amenaza para su familia, pero su madre nunca había hablado de ellos con tanto énfasis.
—¿Qué sabes de él? —preguntó Isabelle, temerosa de lo que pudiera escuchar.
Su madre suspiró, mirando hacia el vacío antes de hablar, como si estuviera buscando las palabras correctas.
—Él no es como los demás. Lucas no juega según las reglas. Tiene algo... algo que lo hace peligroso, y no quiero que nunca te veas involucrada con él. No importa lo que suceda, debes recordar quién eres y quién es tu familia.
—Los Romanos son... —su madre se detuvo, buscando la mejor manera de describir lo que había estado ocurriendo en la ciudad. El temor estaba allí, no en sus palabras, sino en la manera en que temblaba su voz.
—Son un mal que te arrastra entre las sombras, y si te acercas a ellos, podrías no salir nunca.
Isabelle sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. No quería admitirlo, pero algo dentro de ella ya había comenzado a acercarse al abismo que representaba Lucas Romano. Una curiosidad peligrosa que no podía ignorar, una inquietud que parecía crecer con cada momento que pasaba, con cada palabra que escuchaba sobre él.
—Voy a ir a la fiesta de los Russo mañana —dijo Isabelle, sin mirarla.
—Mi compromiso con Alexander está decidido, no puedo detenerlo.
Su madre la observó, preocupada. Pero no dijo nada más. Sabía que Isabelle ya había tomado una decisión, aunque quizás ni ella misma entendiera completamente el alcance de lo que eso significaba.
Por su mente estaba Lucas Romano, algo en ella deseaba entenderlo, entender cómo un hombre podía tener tanto control sobre una ciudad entera, sobre vidas enteras, además incluso países estaban a sus pies. Algo en ella deseaba entender más que nada.
La lluvia seguía cayendo. La tormenta fuera de la mansión continuaba, pero dentro de ella, la verdadera tormenta acababa de comenzar.