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A Micaela le bastó ver mi cara para saber mi respuesta.

Mientras yo todavía luchaba por procesar la situación, ella me sujetó suavemente el brazo bueno y me guió hacia una tienda de ropa interior femenina.

Entramos sin detenernos hasta el otro extremo del local. Allí me soltó y habló en voz baja, rápido, los ojos fijos en la entrada.

—Noté que un auto parecía seguirnos en la autopista, y lo confirmé cuando llegamos a la ciudad. Estacionó en el mismo nivel que nosotras y no nos perdió el rastro desde que llegamos al mall. ¿Es tu ex?

Sólo pude asentir.

Toda mi calma y mi buen humor se habían esfumado en un instante, dando lugar a un miedo artero que me cerraba el estómago y me hacía sudar como si estuviéramos afuera bajo el rayo del sol. En medio de mi conmoción, una idea se abrió paso en mi mente.

—La detective —musité—. Tenemos que avisarle.

Las empleadas de la tienda nos observaban con curiosidad.

—Llámala —dijo Micaela, y su tono firme era lo único que evitaba que me dejara controla
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