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Atendí mirando de soslayo a Micaela, que se incorporó con rapidez y se dirigió a la cocina, saliendo de mi campo visual. Mientras yo hablaba por teléfono, el olorcito a tocino llenó la cocina.

Que la detective comenzara la conversación preguntándome cómo estaba me dio mala espina, porque daba la impresión de ser la clase de persona que no espera para dar novedades. Y no tardé en comprobarlo.

—Aún no logramos hallar a Dylan —dijo al fin en tono opaco—. Tenemos su apartamento y la casa de su amigo vigilados, pero no han regresado a ninguna de las dos viviendas.

Sentí un hueco en la boca del estómago al escucharla.

—¿Todavía tienes el teléfono apagado? —inquirió.

—Sí, no quise arriesgarme.

—Creo que sería útil que volvieras a encenderlo. Cabe la posibilidad de que vuelva a rastrearlo e intente acercarse otra vez. Y avísame si intenta comunicarse contigo. No le respondas, sólo avísame.

—Muy bien —murmuré.

Se hizo una pausa incómoda, como si la detective no supiera cómo darme malas noticia
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