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En vez de seguir hacia las Islas del Canal, adonde podíamos llegar a tiempo para almorzar, Sal me propuso pasar el resto del día en el mar. Acepté sin vacilar, y fue en verdad un día inolvidable.

Almorzamos en la cubierta superior, con lentes de sol para protegernos del brillo rutilante del sol en el agua, y dimos buena cuenta de una comida refrescante de fiambre, ensaladas y frutas que él acompañó con cerveza y yo con jugo exprimido.

Ese mediodía hablamos por primera vez de mi futuro. No del inmediato, sino en general, y pronto quedó en evidencia que yo jamás me había detenido a pensar seriamente qué quería hacer de mi vida.

Hasta entonces, mis planes se limitaban a estar con Dylan, y acompañarlo y apoyarlo en cuanto pudiera con su proyecto de convertirse en un creador de contenido, con ingresos suficientes para llevar una vida acomodada haciendo lo que le gustaba.

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