Jazmín corrió a través de la vegetación crecida sin saber bien a dónde estaba yendo. Sus pies descalzos dolieron contra las piedras, ramas rotas y algunas espinas. No había encontrado dentro del cuarto un calzado, pero por suerte había podido robarle a Meri un abrigo que tapaba su camisón y cubría su piel hasta por debajo de sus rodillas.
Miró hacia atrás nerviosa y agitada. La cabaña se veía cada vez más lejos y no había rastros de Meri. Necesitaba desaparecer de su vista antes de que notara su ausencia y la llevara a rastras de nuevo a la cama. Jazmín sabía que no iba a poder luchar contra la mujer que era el doble de tamaño que ella.
“¿Y así esperas poder ayudar a Elio?” Le dijo la voz cruel de su cabeza.
Estaba en lo cierto. Más que una ayuda, sería un estorbo. Pero su instinto materno no le permitió quedarse de brazos cruzados mientras las manos sucias de Marco mecían a su niña.
Luego de unos 10 minutos corriendo en línea recta, llegó a la carretera asfaltada que de seguro