Nicolás dio dos pasos atrás. Pude ver cómo el color de sus ojos se ensombreció, como si se le hubiese ido parte del alma. Comenzó a negar, y entonces yo sacudí un poco mi cabeza para que el color rojizo de mi cabello se notara más.
— ¿Quién eres? — dijo él.
Retrocedió hasta tal punto de que tropezó con el mueble y cayó de espalda sobre él; luego rodó por el suelo, golpeando la mesita del centro. Después se puso de pie, me apuntó con el dedo; pude ver cómo los ojos le brillaron.
— ¿Qué está pasando aquí? — Se sujetó la cabeza, como si lo hubiera acometido un fuerte mareo.
Probablemente eso había sucedido; probablemente el mareo lo había sometido. Tuvo que agarrarse con fuerza de la pared, cerca de la habitación del pequeño Elián. Parecía que era incapaz de aceptar aquella noticia, como si todo su cuerpo se negara a aceptarla. Pude ver cómo sus manos comenzaron a temblar, así que las cerró en dos fuertes puños.
— ¡Mientes! — gritó — . ¡Mientes, porque Alana está muer