Sentí cómo todo mi mundo se caía a mi alrededor. Con las piernas debilitadas, caminé hacia el mueble y me senté pesadamente en él. Mi madre contuvo el aliento al otro lado; pude sentir cómo su respiración se detuvo.
—Sal de allá, Alana, por favor. Sal de allá. El mercado negro no es seguro para ti. No tiene nada que ofrecerte. Ese barrio es la ruina y la muerte. Van a respetarte por ser la hija, la herencia de la navaja suiza, pero así como algunos te respetan por eso, otros te van a odiar por eso mismo. Yo te entiendo —dijo al final—. Yo te entiendo perfectamente. Sé por qué te estás escondiendo y por qué fingiste tu muerte. Lo entiendo muy bien, mi niña. Puede que nunca me gustaste, pero si quieres iniciar una nueva vida, ese no es el lugar. Vamos, sal de ahí.
No le dejé continuar. Apreté con tanta fuerza el teléfono que tuve miedo de dañarlo.
—Tú vas a decirme ahora todo lo que yo necesito saber. ¿Qué pasó con mi hermano? ¿Por qué lo mataste? ¿Cómo fuiste capaz de hacer eso? ¿Qué c