80°

Pude ver cómo Nicolás caminó hacia la puerta con seguridad, aunque sus mejillas seguían relativamente rojas. Solamente una persona como yo podría ver las mejillas del hombre y saber que había estado jugando sucio un rato. Siempre le pasaba lo mismo en el acto: sus mejillas se enrojecían, llenas de pequeños puntitos rojos, con el puente de la nariz colorado como un tomate.

Pero sabía también que estaba enojado, que se sentía tenso. Estaba segura de que, de no haber sido por la intervención de Cristian, el hombre se hubiese ido inmediatamente. Pero ¿acaso yo no tenía razón de enojarme? Estaba siendo un cínico. No le había importado joderme la vida antes. Ah, pero ahora parecía que sí tenía remordimiento, que aquello sí le afectaba. Entonces, ¿por qué no le afectó cuando lo hizo? ¿Cuando lo estaba haciendo? ¿Cuando me hacía el amor mientras planeaba ejecutar la humillación más grande que puede recibir una mujer?

La rabia creció nuevamente dentro de mí. Ya no quería volver a sentirlo, ni
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