68°

Los hombres se retiraron para generar una conversación relativamente más privada al fondo del almacén. Mientras tanto, yo respiro profundo. Me habían quitado el teléfono, a mis llaves, mi billetera, y lo habían dejado sobre un banco, unos dos o tres metros más allá. Igual estaban muy lejos para que yo pudiera alcanzarlo, aunque ellos se distrajeran lo suficiente. Pude ver cómo la pantalla se iluminó mientras una llamada entraba, pero yo no pude alcanzar a ver de quién era. Probablemente era de Cristian. Deseé poder tener una mano libre para estirarla hacia aquel banco y contestar.

Los hombres no parecían ser realmente muy expertos. Se notaba que eran, en parte, novatos a la hora de secuestrar personas. Sinceramente, no es que yo fuera una experta. Pero si yo tuviera que secuestrar a alguien, lo primero que haría sería vendarle la boca. En cambio, yo estaba completamente libre. Tal vez estaban demasiado confiados en que, si yo me ponía a gritar, nadie vendría en mi ayuda. Y ciertamente
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