No dijimos nada más en un buen rato, mientras nos traían el almuerzo, la verdad. A pesar del silencio, no fue un silencio incómodo; nuestras miradas decían mucho. Nicolás se sentía tranquilo por las palabras que yo le había dicho. Prácticamente, yo había justificado su mal accionar. Pero ¿qué otra cosa podría ser? Necesitaba tenerlo ahí, todavía comiendo de mi mano. Ese plan que me había dado Valentín tendría que funcionar: enamorarlo, jugar con él como había jugado conmigo. ¿Qué tan difícil podía ser? Yo tenía que alejar mis resentimientos, que no tenía por él. Era fácil hacerlo. Era fácil porque no era yo, era Luisa.
Y mientras lo observaba despacio comer, me pregunté qué era lo que había tenido que me tenía tan enamorada, o al menos que me había tenido tan enamorada. Era porque yo había creído que era real. Había creído que todo el amor que me había profesado no era cierto, de veras mentira. ¿Qué tanto de todo eso era mentira? Probablemente todo. Me había utilizado para llegar a su