48°

Conducía a casa más bien como un loco, porque así me lo pedía el cuerpo, porque no era capaz de concentrarme. Incluso me salté un par de semáforos. Recibí una llamada del hombre encargado de mi esquema de seguridad y contesté, más bien por puro instinto.

—¿Está pasando algo? ¿Por qué va tan rápido?

—Estoy bien —le dije.

Los autos que me seguían para protegerme también tenían que saltarse los semáforos en rojo que yo había cruzado en mi desesperado ataque de huida. Pero luego tuve que calmarme, porque de aquello de lo que huía era algo de lo que no podía escapar, no acelerando el auto como un loco por las calles. Así que tuve que reducir la velocidad.

Me sentí torpe y un poco mareado, pero aquellas sensaciones en mi pecho no eran tampoco todo lo contrario: cada vez se hacía más grande.

—Es ella —dije—. No puedo creerlo. Es ella —repetí una y otra vez como un mantra.

Había besado a muchas mujeres a lo largo de mi vida, incontables, no podía contarlas ni siquiera en mi cabeza. Muchas ant
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