Me volví con los ojos muy abiertos hacia Samuel. El hombre me miró con curiosidad, se puso de pie y caminó hacia donde yo estaba.
—Es él... es él —le dije.
—¿Quién es?
Cuando él miró por el ojo de pez de la puerta, volvió su vista hacia mí.
—¿Quién es él? —repitió.
—Es Valentín —le dije, cruzándome de piernas. De repente, me habían entrado unas ganas enormes de hacer pipí.
—Pues bueno, hay que abrirle —dijo Samuel sin miramientos. Tomó el pomo de la puerta y lo giró.
La estampa de Valentín apareció. Su cabello cobrizo y sus ojos verdes se clavaron en nosotros. Ahora que lo tenía más cerca, a la luz del día, dentro de mi casa, o prácticamente dentro, me di cuenta de que era un hombre bastante alto y fuerte. Sinceramente, podría rivalizar con Nicolás en quién pasaría más horas en el gimnasio. Pero, a pesar de todo eso, seguía viendo en sus mejillas rosadas y en su escasa barba que era un muchacho.
—Valentín —le dije, cruzándome de brazos.
Él asintió. Tenía una mirada calmada en los ojos