40°

La tensión que se formó en ese instante en el parqueadero fue abrumadora, casi asfixiante. Ambos hombres se miraron como si cada uno tuviera el derecho de decidir con quién debía irme. Pero entonces Nicolás puso sus verdes ojos en los míos, ignorando por completo la presencia de Samuel. Estiró su mano y agarró la mía con delicadeza.

—Vamos, yo te llevaré a casa —dijo.

Vi en los ojos de Samuel la determinación de detenerlo. Estaba completamente segura de que los hombres se irían a los puños en cualquier momento. Nunca imaginé que pudiera llegar a formarse semejante tensión. Tal vez lo entendía por parte de Samuel: él sabía perfectamente qué clase de persona era Nicolás, todo el daño que me había hecho. Pero entonces... ¿por qué Nicolás estaba así? Yo no era más que su simple empleada.

—¡Espera! —le dije a Nicolás, soltándome de su agarre con algo de violencia—. ¿Por qué se están comportando así?

Ninguno respondió. Ambos se quedaron mirándome. Y lo entendí. Entendí perfectamente lo que
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