Había pasado un día bastante incómodo en el trabajo. Desde el primer instante en el que llegué, cada mirada se posaba en mí, y yo no sabía exactamente identificar cómo eran esas miradas. ¿Si de curiosidad o de lástima? Tal vez un poco de ambas. Recién había sufrido un atentado por mi vida.
Lo primero que me encontré cuando llegué a la oficina esa mañana fue un millar de periodistas que estaban ahí, esperando tener una exclusiva. Pero sinceramente, lo último que me importaba en ese momento era dar un comunicado a la prensa. Tal vez lo diera de alguna forma un poco más formal, tal vez a través de mis redes sociales o las redes sociales de la empresa. Pero no pretendía pararme a chismear con los periodistas que lanzarían especulaciones vacías y morbosas.
Me encerré en mi oficina el resto del día. Mi secretario me preguntó si estaba bien, si necesitaba algo, si no era mejor que descansara. Pero claro que no. Envié la orden para que Luisa no fuese a trabajar ese día. Ella sí necesitaba des